“En el Universo no hay nada inquieto. El único inquieto soy yo” (Emilio Carrillo).

Cuando partí trabajando, a inicios de los años 80, las Empresas eran comunidades. Había un propósito compartido; había espíritu de cuerpo; uno se sentía “parte de”; existían los otros y cuando algo le ocurría o afectaba a un integrante de esa comunidad, las personas se remecían y trataban de ayudar o hacer algo.

A pesar de los problemas existentes y de estar insertas en un país menos rico que el actual, no existía el miedo generalizado, la desmotivación y el aire impersonal que lo impregna todo en las Organizaciones de hoy. Si bien  se trabajaba con metas y por cumplimiento de objetivos, nadie se “cortaba las venas” si se ganaba un poco menos que lo previsto.

Pero, en algún momento, todo empezó a cambiar. Mi percepción es que el punto de inflexión se inició cuando algunos “gurús” despistados, comenzaron a instalar el concepto de “gestionar el futuro”. Venía un futuro incierto, complicado y había que prepararse. Esto hizo que se fuera incubando en las personas, organizaciones y en la sociedad, una poderosa energía, que nos tiene atrapados hasta el día de hoy: el miedo. Y con él llegó la necesidad de protección, lo que activo el virus de una enfermedad que estaba latente, la Pleonexia , que en nuestra historia había tenido sólo brotes esporádicos, pero que hoy podemos caracterizarla como una pandemia. Esta enfermedad, que ya la describió Platón hace 2500 años, se caracteriza por los siguientes síntomas: un deseo permanente de expansión, un estado constante de poseer más y más, detrás de lo que hay antivalores como la vanidad, el egoísmo y la sobrevaloración de la autoimagen personal, lo que lleva a pensar que se tienen mayores merecimientos que los demás para tener lo que deseamos y para acapararlo todo. Paradojalmente, lo que para Platón era una enfermedad, en nuestra Sociedad ha sido considerada hasta el día de hoy como un signo de éxito. Al respecto, ciertamente la Pleonexia, que se instaló masivamente en nuestro país en la misma época en que entró el VIH, no ha generado igual preocupación que este último virus, a pesar de que sus efectos son muchos más devastadores ya que afecta el alma de las personas, de las organizaciones y de la sociedad. Ahora, la buena noticia es que la Pleonexia tiene una cura definitiva y de bajo costo: consciencia y sólo consciencia.

“Por largo que parezca el viaje, nunca hay más que esto: un paso, una respiración, un momento: ahora.” (Eckhart Tolle)

Para generar consciencia, lo primero que hay que tener claro es que el futuro no existe, es sólo un rollo mental. Cuando él llegue será presente y esto es lo único que tenemos. A partir de él se construye el futuro. Trabajando diligentemente y con atención plena cada día, el presente-futuro será mejor. El futuro no hay que gestionarlo; hay que crearlo y esto se hace en el presente. Si se tiene en cuenta esto, el miedo, que también es una construcción mental, se comienza a desvanecer.

Pero al amparo de lo señalado, surge inmediatamente una pregunta: ¿Debemos tener metas que se relacionen con el futuro? . La respuesta es afirmativa, pero sólo referida a metas que se asocien con un camino a seguir aquí y ahora y no a una preocupación futura que hay que administrar. Hay que experimentar el vivir y trabajar momento a momento, como uno quiere ser mañana. Al respecto, en la realidad de hoy ocurre todo lo contrario; el trabajo se ha convertido en una preocupación permanente. Es cosa de mirar en cualquier Empresa, y lo que uno ve es una especie de “locura colectiva” asociada a lo que viene: a fin de cada mes se “acaba el mundo”; metas cada vez más altas y de más corto plazo; presión creciente y una espiral de miedo difícil de contener. Para enfrentar esto, hay una sola cosa que hacer: romper los paradigmas que tenemos respecto al futuro y aprender a gestionar el momento. Este es el único remedio efectivo contra la Pleonexia.

 “La vida se crea de instante en instante” (Proverbio Zen).

Si me preguntaran cual es la habilidad clave que debe tener un profesional o ejecutivo de hoy, diría sin dudarlo: aprender a gestionar cada momento, lo que lleva entre otras cosas a modelar nuestras actitudes y acciones, bases del supuesto futuro. Gestionar cada momento es estar plenamente consciente, estar realmente aquí y ahora y hacer en ese espacio y momento, lo máximo que uno pueda. El concepto “futuro” no está en nuestra consciencia, pero sí está la acción que nos permite construirlo.

“No pierdas el tiempo. Para y siéntate” (Proverbio Zen)

Para gestionar el momento, sólo debemos hacer dos cosas:

1. Conectar con la quietud:   La quietud es un estado al que se llega de a poco y en forma acumulativa, a través de la práctica constante (que normalmente se inicia con muy pocos minutos en el día) de la trilogía: Parar; Silencio y Respiración consciente. La respiración es todo lo que necesitamos para generar consciencia. No es algo que hacemos, sino que presenciamos mientras ocurre. Sólo tenemos que observarla. No hay esfuerzo involucrado en ello. El silencio y la quietud generan espacio en la mente. Estamos conscientes sin pensar. En ningún momento somos más esencialmente nosotros mismos.

2. Cultivar la plena atención: A partir de la quietud, podemos llegar naturalmente a la plena atención, que es ser total en lo que uno hace, prestarle toda nuestra atención, estar al 100% en una cosa cada vez. La plena atención conlleva la plena consciencia, lo que cambia la relación de una persona con todo. Esto es lo primero en lo que debería perfeccionarse un profesional o ejecutivo: tener la capacidad de llevar la atención en forma intencionada al momento presente; de ver y percibir sin nombrar (dejando fuera los conceptos); de alejarnos del proceso de pensar (evitar el pensar  “acerca de”, lo que nos aleja de la realidad); de ejercitar la “mente de principiante”, que implica por un momento olvidar lo que creemos que sabemos y sólo ser capaces de observar sin pensar ni etiquetar.

Sólo cuando se practica la plena atención, una persona es dueña de sí misma y de sus actitudes. Comenzamos a ver de verdad, nos reconocemos en  el otro, nos conectamos y somos conscientes de los pensamientos y emociones en el momento en que ocurren. Y lo más importante, el ego se acalla.

La plena atención implica ser un observador de todo lo que pasa dentro y fuera de nosotros. Pasamos de un estado  de “hacer” permanente y automático, a un estado de “ver” alerta.

Al estar quietos y ejerciendo la plena atención, estamos siendo en lugar de pensando, brota naturalmente la aceptación de lo que es, y a partir de ello nos anclamos en el momento presente, nuestro espacio sagrado de libertad. Es aquí, en donde con absoluta confianza, elegimos y modelamos nuestras actitudes frente a cualquier evento o circunstancia, las que se transformarán en acciones conscientes, que irán construyendo y alimentando nuestra vida, incluyendo por supuesto el ámbito laboral en que nos desempeñemos.

Por lo tanto y a modo de conclusión, no sirve de nada hablar de futuro si no sabemos gestionar el momento, que es el cimiento para que él se llegue a concretar. Además, esta es la base para conseguir y afianzar los tres tesoros a los que debería aspirar cualquier Organización: Quietud y plena atención; Generación y expansión de consciencia y Generación de comunidad.

Takeaways: Hay que romper el paradigma vigente por mucho tiempo, de que hay que gestionar el futuro. Una ficción o concepto mental no se puede gestionar. Lo que sí se puede hacer con el “supuesto futuro” es crearlo, a partir de una habilidad clave que deberían desarrollar todos los profesionales y líderes de hoy: aprender a gestionar el momento, y a partir de ello expandir la consciencia de las personas y organizaciones.