“En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder”

Carl Honoré

Hoy en día es un hecho que se le rinde culto a la velocidad. Vivimos en una cultura de la prisa, de la rapidez. Todo se ha convertido en una carrera contra el reloj. Es bien visto andar apurado, estar siempre ocupado y mantener la agenda en todo momento llena. La multitarea la lleva; hacer dos o más cosas a la vez parece algo inteligente y eficiente. Hay que llenar cada espacio, cada momento del día con estímulos mentales variados.

Lo anterior se aprecia claramente en Empresas y Organizaciones de todo tipo, en donde impera la alta velocidad; todos corren. Se suceden los plazos, las metas, las fechas límites; se siente por todas partes el apremio por la celeridad. La reacción más que la reflexión; el histerismo y no la calma están a la orden del día. Los “correcaminos”, que corren y corren como “pollos sin cabeza”, abundan en las Organizaciones de hoy.

Al respecto existe una creencia negativa muy generalizada acerca de la palabra lentitud, que nos dice que los que ralentizan son torpes, ineficientes y perdedores. En este contexto se ha posicionado con fuerza en el ambiente empresarial el término “agilidad”, cuyo origen está en el año 2001, cuando las principales Empresas de software pusieron en común sus mejores prácticas y crearon el “manifiesto Agile”, un modelo de mejora continua en el que se planifica, se crea, se comprueba el resultado y se mejora. En el fondo se promueven procesos operativos que funcionen en forma constante y rápida, con plazos de entrega reducidos, que evitan la dispersión y que se enfocan en la tarea encomendada, adecuándose a las circunstancias y al contexto.

A partir de lo señalado, el concepto de agilidad se fue posicionando como algo moderno, positivo, transformándose en una moda que hoy en día es una especie de filosofía que se intenta poner en práctica a través de diversas metodologías y marcos de trabajo, mucho más allá del ámbito del software, en donde por cierto es de toda lógica aplicarla.

El tema es que en la actualidad, como todo lo que se pone de moda, es habitual escuchar hablar de agilidad a nivel de Empresa, negocio, cultura organizacional, gestión de personas y hasta en el liderazgo. Ya se ha empezado a conceptualizar con el término agilidad en el centro, en donde la asociación con la velocidad resulta inevitable.

Por cierto, al respecto no podían faltar los teóricos y académicos del liderazgo, que ya sacaron un modelo de “liderazgo ágil”. Leo, por ejemplo; “La agilidad en el liderazgo es la habilidad de liderar efectivamente bajo condiciones de cambio acelerado y complejidad incremental. La agilidad implica un deseo de velocidad, compromiso con el cambio, la capacidad de actuar y comunicar para navegar por la ambigüedad”. A partir de aquí ya se han establecido “principios del liderazgo ágil”; “rasgos de un líder ágil” etc. Teoría, sólo teoría; conceptos, sólo conceptos.

No es el objetivo de estas líneas analizar dichos principios, porque no tiene sentido, ya que no van al meollo del asunto. Lo mismo podríamos decir de la gran cantidad (decenas) de modelos teóricos de liderazgo que existen y que han demostrado en la práctica que no funcionan. Y no funcionan por una razón muy simple: para que sean útiles las herramientas y metodologías que aportan (que de hecho podrían servir mucho), se requiere que antes exista algo básico: un líder. Pero resulta que ninguno de estos modelos genera líderes, porque no apuntan donde hay que apuntar: activar la semilla de liderazgo que está en el interior de cada persona; y esto se logra siguiendo un camino práctico de expansión de consciencia. No hay otro. El liderazgo se forja en la práctica, en la vivencia, en la experiencia.

Ahora, me he centrado en indicar al “liderazgo ágil”, porque es lo que más suena en este momento, y porque gira alrededor de la rapidez, la reacción, la adaptación. Todo esto pinta bien, pero podría ser útil sólo para alguien que ya es un líder hecho y derecho.

Al respecto hay que tener en cuenta que el liderazgo se “cuece a fuego lento”. Un líder es aquella persona que es capaz de generar espacio para la lentitud. Maneja el arte de la lentitud, que no es algo que tenga que ver con la actitud, el movimiento o la acción, sino que consiste en actuar desde un estado interior de quietud y serenidad.

La consciencia va un paso detrás de la lentitud, por lo que si queremos tener líderes de verdad, debemos trabajar prioritariamente la lentitud, y no la rapidez, agilidad o como se la quiera llamar.

“Hay que olvidarse de la aceleración frenética. Dominar el reloj en el negocio, tiene que ver con saber elegir cuando ser rápido, pero también cuando ir más lento”

The Economist

Un líder auténtico debe ser un maestro en la filosofía de la lentitud y promoverla al interior de la Organización. Ahora, ¿Qué significa ser lento? : significa ser sereno, cuidadoso, receptivo, silencioso, intuitivo, pausado, paciente y reflexivo. La calidad prima por sobre la cantidad. Menos es más.

La lentitud no tiene que ver con cómo nos movemos, sino que es un estado interior, que como en las artes marciales nos lleva a accionar (a veces muy rápido), pero siempre desde un fondo de quietud.

La filosofía de la lentitud podría resumirse en una palabra: equilibrio .Y estar en equilibrio significa ser lento por dentro pero rápido por fuera. Pase lo que pase, un líder se mantiene sereno e inmóvil en su interior. Cuando las cosas llegan al límite del frenesí y de la acción o del movimiento, un líder es la calma personificada.

La paradoja por lo tanto, es que la lentitud no siempre significa ser lento. Se actúa oportunamente y cuando hay que actuar, pero manteniendo siempre un marco mental lento, sereno, un estado de lentitud interior, aunque todo se esté moviendo rápido en el exterior.

¿Cómo podemos trabajar esto en la formación de líderes?

En primer lugar dándole cabida al “pensamiento lento”, que implica reducir la velocidad de la mente, reforzar la atención, la concentración y la capacidad de generar espacio para un pensamiento más creativo. Los líderes deben ser “pensadores lentos”, deben convivir con el sosiego mental. Deben manejar los tiempos y el contexto: saber en que momento deben pensar con rapidez y en que momento deben hacerlo lentamente. El pensamiento lento es el cultivo para la virtud madre de todo liderazgo que se precie de tal: la serenidad.

En segundo lugar practicando ejercicios lentos o dedicando tiempo a actividades que plantean un reto a la aceleración (el meditar, el caminar, la atención plena, el contacto con la naturaleza etc). Los grandes líderes, los líderes de excepción, siempre complementan su actividad normal con actividades lentas.

Por lo tanto y a modo de resumen, si queremos Organizaciones y líderes ágiles, que actúen rápido, que se adapten a las circunstancias y que convivan eficientemente con un entorno volátil y cambiante, deben estar impregnados por la filosofía de la lentitud. Sin esto, lo demás es simple cháchara.

Entonces y a partir de lo anterior, si quieres ser más ágil el camino es claro: aprende a convivir con la lentitud.

Takeaways: Hoy se habla y se habla de agilidad, un término que se ha posicionado y se ha puesto de moda en distintos ámbitos, incluido en el del liderazgo. Y la agilidad, es inevitable no asociarla en algún grado a la velocidad, a la celeridad, a la que por cierto se le rinde culto en la sociedad de hoy. Al respecto hay que tener en cuenta que el liderazgo no se genera a partir de modelos teóricos, aunque lleven el atractivo título de ágil, ni tiene que ver per se con la velocidad. El liderazgo, por el contrario, se genera y se consolida a partir de practicar la “filosofía de la lentitud”, que es la que permite generar y expandir la consciencia.