“Un buen líder usa el cerebro y el corazón, no el látigo”
Gral Kuribayashi
Me pareció interesante darle una continuidad y un cierre desde lo práctico a lo planteado en artículo que se publicó el mes pasado. Allí comentábamos que las bases sobre las que se sustenta el liderazgo real, son el cuidado de los otros y predicar con el ejemplo, lo que no requiere grandes esfuerzos, estudios ni certificaciones. Sólo consciencia. Por lo tanto, si hablamos de formación de líderes, es aquí donde hay que poner el foco (expansión de Consciencia y generación de Presencia), para generar un liderazgo auténtico y transformador.
Hoy en día, muchos supuestos líderes hacen todo lo contrario a lo que cualquiera consideraría correcto, desde un principio rector ético y moral. Explicación: el reinado del Ego (Yo primero; Yo segundo y Yo tercero). Para liderar hay que salirse de la esfera del ego y esto sólo se puede lograr abriéndole la puerta con voluntad y decisión a la consciencia. Como alguien dijo, “el liderazgo es una elección, no un rango”.
Ahora, se suele creer cuando hablamos de consciencia, que esto es para personas especiales, iluminadas, una especie de santones, o para quienes se desempeñan en ambientes calmos, tranquilos, con poca energía emocional y reducidas amenazas externas. Pues bien, quiero compartir acá lo que estimo es uno de los mejores caminos para que una persona explore y se forme en liderazgo: revisar la vida o bocetos de ella, de líderes de verdad, que han trascendido y han dejado huella. Y aquí quiero referirme a un líder de excepción, que le tocó liderar a 25.000 hombres en una situación extrema de guerra ya pérdida y con un único destino posible para todos ellos: la muerte. Me refiero al Gral Tadamichi Kuribayashi (de ahora en adelante K), militar del ejército imperial japonés durante la segunda guerra mundial y que dirigió la defensa de la isla de Iwo Jima, último bastión que quedaba antes de la inminente invasión americana.
Dicha isla era un lugar desolador, un peladero. No había una sola corriente de agua dulce y el calor abrasador hacían imposible la cría de animales y el cultivo de la tierra. Dado esto y que la guerra ya estaba pérdida, es que todos consideraban que esta destinación era una misión suicida. De hecho hubo varios generales que adujeron excusas de todo tipo para evitar que los destinaran allí. Pero K no era de esa tela. Creía que un comandante debe estar siempre en primera línea acompañando a sus hombres, lo que lo llevó a aceptar y a no abandonar la isla ni una sola vez desde que asumió su puesto. Como sabía que el destino para los hombres bajo su mando era la muerte, decidió permanecer con ellos hasta el final. Se negó a ejercer el mando desde la localidad de Chichi Jima, un lugar seguro y en el que había agua y comida en abundancia; tal como lo habían hecho los anteriores comandantes.
La principal preocupación de K eran sus hombres; los cuidaba, los trataba bien; era abierto y amigable con sus inferiores, conversaba con ellos, rebosaba cordialidad. A pesar de ser un militar no era esclavo de las formas; actuaba de tal manera que generaba con todos un ambiente de cercanía y confianza. Pese a la situación extrema no gestionaba a través del miedo y el látigo. Se preocupaba por las familias de los soldados dándose el tiempo para enviar recomendaciones al propio Emperador, y asignando personal para que gestionaran a título póstumo todos los asuntos de sus hombres. Una de las mayores sorpresas en el bando americano, fue constatar, a partir del testimonio de algunos prisioneros, que la mayoría de los más de 20.000 soldados acuartelados, habían llegado a conocer personalmente a su Comandante, lo que para ellos era difícil de concebir. Generaba cariño y respeto. De hecho, muchos hombres que lo conocían solicitaban ir donde él fuera; lo seguían aunque el destino fuera la muerte.
Por otra parte K predicaba con el ejemplo; se impuso a sí mismo un régimen de vida por el que se aseguraba que experimentaba todas las incomodidades de la tropa. Apenas llegado a la isla, ordenó que los oficiales prestaran atención a lo que comían los soldados y que comenzaran, partiendo por él, a comer lo mismo que ellos (lo que por cierto no era lo habitual). La costumbre de K de liderar con el ejemplo era algo que impresionaba a sus hombres. Cuando daba alguna orden, siempre decía “sólo les pido que hagan lo mismo que yo”. Nunca exigía algo que él no se hubiera exigido antes.
“Emprenderemos el ataque final. Aunque Japón ha perdido, un día nuestro pueblo alabará su dedicación. Llegará un día en que llorarán y rezarán por sus almas. Enorgullézcanse de morir por su país. ¡Tengan presente que siempre estaré enfrente de ustedes!«
Gral Kuribayashi
En el testimonio de vida de K aparecen en forma clara y transparente las siete prácticas o principios que marcan la ruta hacia la excelencia en el liderazgo y hacia la expansión continua de la consciencia.
– Autoconsciencia: K había hallado su centro, su equilibrio, su “propia voz”. Era él. No representaba ningún papel. No se creía el cuento de asumir el rol de un “personaje”, algo muy común en las personas que desempeñan posiciones de autoridad. Usaba siempre el “nosotros” y no el “yo” ni el “debes”. Sólo convencía con su propio ejemplo. A los soldados no se les obligaba a hacer nada: cuando lucharan hasta la muerte, lo harían por voluntad propia. Era consciente de ser una persona con consciencia e igual a todas las demás. Hay una anécdota que refleja muy bien esto : en una ocasión un oficial del estado mayor lo visitó en su residencia, quedándose pasmado al ver a la sirvienta que se le había asignado como comandante, sentada a la mesa como un miembro más de la familia, lo que era algo absolutamente inusual para los convencionalismos de la época.
– Quietud: K era ser en el hacer. Era quietud en movimiento. Transmitía paz y tranquilidad. Actuaba y tomaba decisiones desde la serenidad, y sólo cuando sentía que había generado espacio mental y emocional. A pesar de la situación extrema en que se encontraba, se nutría de momentos de silencio.
– Atención Plena: K era total en lo que hacía. Con frecuencia hablaba con los soldados directamente, quienes se sentían objeto de toda su atención; no existía nada más en ese momento. Era Presencia y transmitía la energía de la Presencia. Cuando aparecía por un lugar, las personas se sentían atraídas como por un imán.
– Claridad: K vio, entendió y limpio sus viejas creencias que venían de la tradición del ejército japonés. Examinaba y comprobaba las cosas con sus propios ojos, negándose a dejarse gobernar por ideas preconcebidas o por los precedentes. Esto le permitió optar por un método de defensa contrario a todas las tradiciones, lo que hizo que el nombre de Iwo Jima quedara grabado a fuego en la memoria colectiva.
– Actitud Consciente: Al ser consciente, K no reaccionaba, no gritaba. Sabía gestionar cada momento, haciendo pausas, observando y reconociendo la situación, a partir de lo cual generaba decisiones y acciones conscientes. Frente a sus soldados, relajaba las formas, saludaba y generaba conversación.
– Creatividad: Desde la quietud en que se movía, K era pura creatividad, lo que se traducía en simplicidad y en un accionar rápido que fluía. Reflejo de esto es el sistema de defensa que creo en tiempo record, que hizo que una isla que todos pensaban que no tardaría más de 5 días en caer, resistiera 36, ante un adversario que lo superaba en fuerzas por 6 veces.
– Compasión: K veía al otro, se ponía en su lugar, comprendía sus problemas y sufrimiento, e intentaba hacer algo para aliviarlo. Se cuenta que cuando un miembro del cuartel general imperial visitó la isla, le llevó de regalo una provisión de verduras para su uso personal. Inmediatamente K le ordenó a su ayudante que cogiera un cuchillo y cortara las verduras en trocitos pequeños y los compartiera con el mayor número de hombres posibles por debajo del grado de comandante de regimiento. No se guardó ni un pedazo para él.
Con su testimonio el General K se ganó la adoración y el respeto de sus hombres y una admiración sin límites de sus adversarios en el campo de batalla, quienes lo definieron como un “Heroico Líder de hombres”. Yo agregaría después del heroico, “Y Consciente”.
Impresionados por el valor y carácter del general enemigo, los americanos buscaron su cadáver una vez concluida la batalla, pero no pudieron encontrarlo debido a que sus propios hombres, para protegerlo, le dieron sepultura en algún lugar anónimo de la isla. Corrió la misma suerte que la de los hombres bajo su mando, de los que sobrevivieron sólo 200.
Hoy se recuerda al General Kuribayashi con una simple lápida en el panteón familiar, ubicado cerca de la casa donde nació. Regularmente, los familiares y descendientes de los hombres que perdieron la vida en Iwo JIma , siguen visitándola para presentar sus respetos y elevar una plegaria por este líder excepcional.
Takeaways: Una de las mejores formas de entender y de incorporar en nuestra consciencia lo que es el liderazgo , lo que significa ser líder y cuál es la ruta que hay que seguir para serlo, es revisar la trayectoria o algunos bocetos de la vida de algunos líderes de excepción que han dejado huella. Esto vale y aporta más valor que cualquier conceptualización o estudio teórico.