“No hay nada peor que un inteligentonto” (Nicanor Parra).

La inteligencia en su acepción común y el conocimiento, son dos aspectos absolutamente sobrevalorados en la sociedad actual, y a partir de ello, en todo tipo de entornos y organizaciones. Una persona con estudios; rápida de mente; que muestra capacidad de aprendizaje y retención; que le interesa todo y parece saber de todo; que tiene habilidades para planificar; que puede trabajar y moverse en varios frentes al mismo tiempo; que razona, da opiniones y sigue una cierta lógica; tiene el camino pavimentado hacia las alturas en las Empresas y Organizaciones de hoy. Sin embargo, actualmente ya está ampliamente demostrado que hay muchas personas extremadamente inteligentes, brillantes, a ojos de cualquiera, pero que en la práctica, en terreno, no son más que unos “incompetentes funcionales”.

Es decir, en algún grado funcionan, se mantienen en pie, pero no son efectivos, no hacen lo que hay que hacer. Como decía nuestro gran poeta Nicanor Parra, estamos llenos de “inteligentontos”; personas con alta inteligencia, brillantes, con amplios estudios, muchos títulos, doctorados y demás, pero que simplemente no funcionan, no entienden ni comprenden las situaciones que enfrentan, no saben lo que hay que hacer, no toman las decisiones que hay que tomar, y por lo tanto, simplemente “no dan el ancho”. Esto, que puede parecer hasta algo divertido al relatarlo, resulta dramático por los efectos que tiene. Lo estamos viviendo y experimentando hoy en carne propia los chilenos, ante la crisis absoluta de liderazgo que aqueja a nuestro país. Gobernantes, ministros, políticos y autoridades varias de las distintas instituciones de la república, han demostrado sin más, que no son capaces, que no dan la talla.

Y nadie podría decir que no es gente preparada: mucha inteligencia, doctorados por doquier, experiencia ejecutiva; pero sustancia, ninguna. Lo reseñado, por cierto; también es aplicable al mundo de la empresa, donde se hace patente lo tantas veces repetido de “sobran jefes y faltan líderes”. Hoy si juntáramos a todos los “inteligentontos” que andan circulando, no sacamos un solo líder, y este es el gran drama país: si no hay liderazgo, no hay referente, no hay guía, no hay confianza, no hay certezas. En definitiva, no hay camino ni inspiración.

“Cualquier tonto puede saber, lo importante es comprender”. (Albert Einstein).

Todos los seres humanos, y en especial los que están siguiendo una ruta que los lleve a convertirse en líderes, debemos aspirar a una inteligencia superior, que va mucho más allá de la capacidad para manejar datos, analizar información y navegar en un mar de conocimiento acumulado. Este nivel superior, es lo que normalmente se conoce como “sabiduría”.

La sabiduría no es conocimiento, que es algo mental, intelectual; que implica saber desde el raciocinio. Por el contrario, la sabiduría procede directamente del grado de consciencia que uno puede llegar a tener. La sabiduría no existiría, en los confines de nuestro ser, sin la presencia de la consciencia. Por lo tanto, resulta imprescindible conectar con nuestra consciencia y activarla, única forma de que aflore esa “inteligencia distinta”, que nos orienta y nos guía  hasta en las más difíciles circunstancias, dándonos comprensión, entendimiento, buen juicio, claridad, sentido común, capacidad de discernimiento y sobre todo coraje para tomar decisiones y hacer lo que haya que hacer.

La inteligencia de verdad, que es la que requieren los líderes, no tiene nada que ver con la erudición, con las lecturas ni con los estudios académicos de ninguna clase, Uno puede tener muchos estudios sin ser consciente de uno mismo para nada; es decir, no saber dónde se está parado. Muchos de nosotros conocemos personas muy sencillas, a veces con muy pocos o nulos estudios, que con su sabiduría y entendimiento, dejan chico a cualquier “doctor”. Ellas probablemente no sepan mucho, pero comprenden. Poseen la maravillosa habilidad de la comprensión y a partir de ella pueden generar el entendimiento y el valor para actuar. Esta es la inteligencia que requiere un líder.

“La grandeza de un líder no se mide por el tamaño de su ego, sino por la altura del propósito al que sirve” (Martin Luther king).

El problema de los “inteligentontos”, categoría en la que podemos incluir sin dudarlo, a prácticamente todos los que pretenden dirigirnos hoy, es que están en la frecuencia de radio equivocada. Ellos funcionan como autómatas, manejados por un piloto automático que es el ego. Funcionan no desde lo que son, sino desde lo que tienen, de lo que ganan, desde lo que aparentan. Sienten la imperiosa necesidad de agradar a diestra y siniestra, lo que los hace renunciar a todas sus convicciones.

Ahora, cuando se pierden las convicciones, se genera el peor drama que le puede ocurrir a un aspirante a líder que es conectar con el miedo, y a partir de ello con un “atributo” que es la tumba del liderazgo: la cobardía.

¿Suena familiar esto, cierto?. Hoy la cobardía ha llegado a  límites que superan cualquier cota razonable. La vemos reflejada en el rostro, en el cuerpo y en las acciones de quienes nos pretenden dirigir. Cuando hay cobardía, el resultado lógico es una incoherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace; y por cierto el hundimiento de cualquier atisbo de liderazgo, ya que se pierde toda credibilidad y apoyo. Es decir, se genera el peor escenario que puede enfrentar un líder: se queda solo, perdiendo incluso hasta la autoridad derivada de su cargo.

Para superar lo reseñado, todo “prospecto de líder” debería partir preguntándose de corazón: ¿Quién soy? ; ¿En que creo?. A partir de aquí, su principal trabajo debería ser desconectarse del “piloto automático” que lo tiene atrapado, lo que se hace simplemente tomando el mando consciente de su vida. La inteligencia de verdad, la inteligencia superior que requiere un líder emerge y flota en el mar de la consciencia. Trabajar la autoconsciencia, la quietud y la atención plena, es la base del camino que hay que recorrer para obtener claridad, la que lleva implícita la comprensión, el ver de verdad, el entendimiento.

Si se inicia este tránsito, las convicciones y los principios aflorarán, dejando el miedo y la cobardía atrás. Un líder de verdad escucha con el corazón abierto, pero jamás traiciona su esencia, actuando siempre amparado por el valor de sus convicciones, que provienen del fondo de su ser, su consciencia. Habla claro, no van con él los eufemismos; si es necesario es políticamente incorrecto; muestra caminos; sigue su inspiración (sabiduría interior) y actúa, ejerce su autoridad, tomando decisiones conscientes en tiempo y forma. Y lo más importante: no teme asumir costos, lo que al ego le resulta casi insoportable. Por lo tanto y a modo de conclusión, el aspirante a líder, si quiere serlo de verdad, debe hacer un viaje de sólo 30 centímetros, lo que va de la cabeza al corazón; de los pensamientos a los sentimientos, la consciencia y la convicción profunda; de la exigencia de gratificación al yo artificial a la fuente en donde se anida la inteligencia superior que a todos nos alimenta.

Takeaways: Para ejercer en forma efectiva el liderazgo es imprescindible conectar con una “inteligencia superior”, que se anida en nuestra consciencia. No basta con el conocimiento acumulado, estudios o títulos varios, que son en gran medida alimentos para el ego. Se requiere algo distinto que nos lleve a la comprensión profunda, al entendimiento y a la claridad, para actuar siguiendo siempre nuestras convicciones.