“Dada la gran cantidad de líderes que al parecer tenemos en el país, deberíamos dedicarnos a exportarlos; tenemos muchos” (Fernando Vigorena).
Desde que el Liderazgo se transformó en un concepto, en un mero artefacto verbal, dejaron de existir líderes. Se ha manoseado tanto el término, que tal como lo expresara muy bien D. Fernando Vigorena , todos al parecer son líderes de algo : la persona que está a cargo de un área en una Empresa, el superior de una orden religiosa, el comandante de una unidad militar, un dirigente político o gobernante, un deportista destacado, un comunicador y hasta el que dirige una banda de delincuentes (se habla del “líder de la banda”). A este respecto, hasta hay publicaciones y entidades que cada cierto tiempo hacen “rankings de líderes”.
Lo anterior ha generado tal confusión que ha terminado “mareando” y enredando a formadores, instituciones académicas e incluso a las áreas de Gestión de Personas y a sus directivos y especialistas. Resulta increíble comprobar hoy, que aún en estos niveles se confunda y se asimile a un Jefe, o a alguien que tenga alguna responsabilidad o notoriedad, con un líder.
La realidad nos indica que en las Empresas y en el ámbito de la “Formación de Líderes”, se actúa en general en base al siguiente principio: si alguien ocupa un cargo de responsabilidad y dirige un grupo humano, ya tiene el rótulo de líder, y por lo tanto debe adoptar una posición de tal, para motivar a su equipo y sacar lo mejor de él. Esto por cierto supone que el liderazgo se alcanza rápidamente mediante algunas recetas o modelos.
Lo señalado ha hecho casi imposible que se aborde bien la formación de líderes. Esto me ha tocado verlo en vivo y en directo a lo largo de más de 30 años de experiencia ejecutiva, en que al tiempo de haber contratado algún programa formativo para prospectos de líderes, siempre surgía la misma pregunta: ¿Por qué no tienen el efecto esperado las actividades de Formación, marcando un ante y un después?. Me asombra aún ver a altos ejecutivos, profesionales, con algún postgrado en su especialidad, con varias certificaciones y diplomados en liderazgo, con formación en bienestar y felicidad organizacional, y algunos hasta con alguna preparación en coaching; cuyo comportamiento dista mucho de lo esperado. Se nos aparecen muchas veces personas altaneras, con el ego a flor de piel, que gestionan en base al miedo, que son incapaces de ver al otro y ponerse en su lugar, que viven en su burbuja y la protegen, que pareciera que escuchan y sonríen, pero que en verdad no escuchan ni sonríen, etc. , etc.….
La respuesta que le doy a esta paradoja, que lamentablemente se da con mucha frecuencia, es que la formación que hoy abunda en el mercado, se alimenta a partir de la confusión ya comentada. Está pensada para formar y generar Jefes, más no líderes. A los Jefes, les pueden ayudar y bastar los conceptos, las recetas, el menú, pero a un potencial líder no. Este necesita la sustancia, probar la comida.
Pensando en Jefes, puede ser suficiente hablarle al ego, a través de simples menús expresados en “Hay que…”, que es lo que se hace actualmente (Hay que generar confianza; hay que pasar a la colaboración; hay que comunicar mejor; hay que ser empático; hay que respetar al otro; hay que…; hay que….). El liderazgo en cambio, que hoy no se activa ni se enseña en ninguna parte, no se anida en alguna teoría o modelo, sino en el interior de cada persona, por lo que la única forma de activarlo es a través de un trabajo personal y experiencial.
“Para que se genere un cambio y haya liderazgo, no basta con conceptualizar y poner nombres. Se requiere cambiar la psiquis del liderazgo para que este aflore” (Humberto Maturana).
La misión de los formadores de líderes debería ser despertar el liderazgo dormido que todos llevamos dentro, y ello sólo se puede conseguir ayudando a cada persona a abrir la puerta hacia su consciencia. Los formadores solo debemos mostrar el camino el que debe ser recorrido paso a paso por cada persona.
El prospecto de líder debe probar la comida, y ésta es la consciencia, el atributo del Ser, nuestra naturaleza original. Allí no hay conocimiento, hay sabiduría. Lo que se ancla en la consciencia, se integra y no se olvida más. Allí es donde se “sellan” los aprendizajes, para que estos se manifiesten en la cotidianidad del hacer.
Un líder de verdad, debe “SER en el HACER”, lo que conlleva el inefable don de la Presencia. El arte de liderar es hacer aparecer al otro, inspirando y movilizando desde la Presencia. Y esto no se consigue con teorías, sino que con trabajo experiencial que permita conectar con la consciencia o naturaleza original y expresarla.
Hasta el día de hoy, prácticamente todas las instituciones que supuestamente forman líderes, siguen disparando al aire, hablándole al ego en su idioma (conceptos, teorías modelos), y obviando cualquier camino que permita conectar de verdad con la fuente desde donde emana todo liderazgo. Ya es tiempo y hora de hacer un cambio radical, y dar un vuelco total a lo que hasta hoy se ha conocido como formación para líderes.
Takeaway: Hoy se hace imprescindible reformular totalmente los programas formativos para generar líderes, dado el bajo o nulo impacto que tiene en la práctica la oferta actual, la que se orienta más bien a la formación y perfeccionamiento de Jefes.