“Lo mejor del ser humano aparece cuando este siente que pertenece a un lugar”.

El Autor

Uno de los grandes problemas de las Empresas de hoy es que dejaron de ser comunidades. Y una comunidad es un grupo de seres humanos que tienen ciertos elementos y un propósito en común, lo que les da un sentido de pertenencia y una identidad compartida que es valorada.

Cuando hay una comunidad de verdad, el cacareado discurso de “poner el foco en las personas”, no se queda en el papel. Hay respeto, hay solidaridad, hay preocupación por el otro. Opera el nosotros más que el yo en todos los niveles. La Comunidad sostiene y le da armonía y equilibrio a la vida de las personas.

Hace ya bastantes años, las Empresas eran comunidades; había pertenencia y propósito; lo que hacía que las personas las vieran y las sintieran como una extensión de su propia familia. Esto hacía que se hablara comúnmente de “tener la camiseta puesta”.

Pero algo se estropeo en el camino y las Empresas dejaron de ser lo que por esencia deberían ser: un espacio comunitario que les permita a las personas desarrollarse y desplegar todos sus talentos sintiéndose “parte de”; y no sólo un lugar al que se le “vende trabajo” a cambio de un sueldo.

Hoy abunda la impersonalidad. Las personas se han ido convirtiendo poco a poco en un número o en un código; se trabaja con la lógica de la competencia y no de la colaboración; cada uno defiende su “metro cuadrado”; la “desechabilidad” de las personas está a la orden del día, habiéndose convertido estas en un mero factor de ajuste del balance. Esto ha llevado a que el grado de compromiso que la mayoría de las personas sienten por la Organización en la que laboran, sea mínimo o nulo.

El ser humano fue creado para vivir en Comunidad; por lo tanto, las Empresas deben serlo. Pero de verdad. No sólo en la fachada. Y una Comunidad merece el nombre de tal cuando las personas se sienten parte de ella y en conexión y comunión con otras personas. Cuando hay Comunidad, hay una energía colectiva sanadora y un flujo de consciencia y fraternidad que puede sanar y transformar vidas.

Hoy en día la energía que predomina en las Organizaciones es el miedo, el que es absolutamente incompatible con la energía que debe predominar en una Comunidad verdadera: la armonía.

Una Comunidad genera un espacio en que nos sentimos seguros y protegidos, y en donde experimentamos una sensación sólida de conexión con los demás; lo que nos da la fuerza suficiente cuando aparece el miedo; y nos ayuda a consolidar y expandir energías positivas como la confianza y la armonía. El miedo se expande ante la idea de una identidad separada, y se retrae cuando uno se ve reflejado en los demás y conectado con ellos. El miedo tiene pocas posibilidades de propagarse, cuando se está en una auténtica Comunidad, que es un refugio que sostiene, con consciencia, humanidad y solidaridad.

Al reunirnos como Comunidad, y no sólo como una “ficción legal” que permite hacer negocios, tenemos una aspiración común y también una energía, un deseo y una voluntad conjunta. Esta energía que emana de lo comunitario, es la que nos ayuda a entender lo mucho que podemos hacer colectivamente.

El maestro Zen Thich Nhath Hanh decía: ”Cuando estamos en Comunidad, tomamos consciencia que no somos gotas aisladas, sino que formamos parte de un río y que nuestra unión puede alimentar un océano. Cuando hay Comunidad se genera un ambiente de alegría y una sensación de humanidad común”.

“Solos podemos hacer poco; juntos podemos hacer mucho”

Helen Keller

¿Es posible crear Empresas-Comunidades y no sólo Empresas-Negocio? : Absolutamente sí; pero sólo si se cambia la lógica bajo la que funcionan hoy las Organizaciones y se rompen algunos paradigmas disfuncionales muy arraigados.

Al respecto, aquí van algunas ideas:

1. Una Comunidad parte por la generación de una cultura organizacional marcada por un auténtico respeto por las personas. Una cultura de respeto es la base de una comunidad sólida y sustentable. Y esto debe partir desde arriba, empoderando al área de gestión de personas y trascendiendo el paradigma que ha distorsionado todo: “los números están por sobre las personas”. Estas nunca más deben ser vistas como un recurso económico ni como un factor de ajuste al balance, sino como seres únicos que necesitan un espacio vivo y protegido para desplegar y desarrollar sus talentos.

2. Una Comunidad se va formando cuando se genera un espacio amigable que hace que las personas se integren y se desarrollen en un entorno que les da “seguridad psicológica”. Es decir, se sienten cuidadas, respetadas y seguras. Cada persona tiene interiorizado que sus espaldas están cubiertas, y que sea cual sea la circunstancia, nadie las desechará ni las dejará abandonadas a la intemperie. Una Comunidad se desintegra y no es viable, en cuanto consiente en abandonar a alguno de sus miembros.

3. Para volver a crear comunidades, hay que cambiar de raíz el paradigma que hoy tienen las Empresas en relación a su competitividad y sostenibilidad. Hay que mirar principalmente hacia dentro y no hacia fuera de ellas. La sostenibilidad real se sustenta en el factor humano y no en la productividad, posicionamiento de mercado o inteligencia artificial.

4. En una Comunidad debe primar la horizontalidad y no la verticalidad; en que todos independientemente del cargo o posición, se vean y perciban como iguales, como parte de un mismo proyecto y equipo. La discriminación en la utilización del espacio físico y en el uso de comedores segregados, son dos ejemplos de situaciones concretas y generalizadas, que deben ser extirpadas de raíz. La horizontalidad es el camino para una sana convivencia y para que florezcan los auténticos liderazgos.

5. Para que surja y se consolide una Comunidad, es imprescindible que por los “pasillos” de la Empresa circule la energía de la armonía, que es producto de la consciencia; y esto sólo se logra generando liderazgos conscientes, que actúen desde el equilibrio entre la quietud y el movimiento, y que más que centrarse en el “que” se centren en el “como”, generando día a día “decisiones y acciones conscientes”.

6. Para que se genere una Comunidad real, debe asimilarse e integrarse a la reina de las actitudes: la amabilidad. En una Empresa amable la “cultura del látigo”, se reemplaza por la “cultura del cerebro y del corazón”, en donde la confianza, la transparencia y la coherencia, son los valores que priman.

7. En una Comunidad hay meritocracia real y no fingida, donde todos (as) tienen las mismas posibilidades de desarrollo y son retribuidos de acuerdo a sus méritos y sólo a sus méritos. Esto debe complementarse con un sentido de pertenencia alimentado por un propósito compartido por todos. La respuesta a la pregunta, “para que estamos acá” es clave.

En definitiva, las Empresas si quieren perdurar, deben volver a ser sí o sí comunidades de personas, en donde la consciencia y la armonía sean las energías movilizadoras. Para lograr esto, es fundamental partir trabajando desde arriba hacia abajo en la estructura organizacional, única forma de instalar una nueva cultura y formas de “hacer”.

Takeaways: Desde hace ya tiempo las Empresas dejaron de ser comunidades de personas, para convertirse simplemente en unidades de negocio. El ser humano fue creado para vivir en comunidad, por lo que las Empresas deberían serlo. El camino de retorno a lo comunitario, es clave para darle viabilidad y sostenibilidad a las Empresas de hoy.